Etapa 6. De la Provincia de Gutiérrez a la Provincia de Norte (06/08/2018)
- Diego Supelano
- 14 dic 2018
- 4 Min. de lectura
La levantada en Panqueba fue a las seis de la mañana, el día anterior los retadores habían cuadrado desayuno con la dueña del hotel, por lo que la salida fue rápida; a las siete de la mañana ya habían ganado los kilómetros de bajada que faltaban para comenzar a ascender tres kilómetros hasta el Espino, luego debían subir tres más para tomar un tramo de travesía, seguido vendría una bajada de seis kilómetros y luego otros seis también de subida para coronar Chiscas.
La llegada al “coqueto” El Espino, nombrado así por los ciclistas dado que durante todo el día lo veían desde casi todos los puntos por donde iban pasando, fue antes de las ocho de la mañana, bajo un cielo totalmente azul que presagiaba un día de calor. Los ciclistas a esa hora no sabían con certeza dónde terminarían aquella jornada, si en San Mateo o en Boavita, destino definitivo de la segunda salida oficial del Reto 123, todo dependería del tiempo y de las nalgas de Checho, que acusaban cansancio por las largas jornadas y lo obligaban a subir parado en pedales la mayoría de los tramos en subida y sentado en la barra los de bajada.
Salieron de El Espino cuesta arriba, rodeados de paisajes también de montaña pero mucho más verdes que los ofrecidos por la provincia del Valderrama, el ambiente era muy agradable para pedalear. Un par de kilómetros arriba de El Espino se encontraron con una forma extraña en ese contexto: la pista aeronáutica de El Espino. Supe se lanzó por el asfalto en excelente condición para darle tiempo a Checho y poder registrar tal vez los únicos metros planos ofrecidos en los tres días de recorrido. No es un exceso volver a decir que en Boyacá parece que solo se sube o se baja.
El descenso para comenzar a subir a Chiscas ofreció a los pedalistas un espectáculo de abismos que, por las barreras de transito dobladas, evocaban tragedias automovilísticas legendarias, el sector es famoso por poner a prueba la pericia de conductores de buses y camiones. El ascenso a Chiscas culminó con un par de kilómetros en pavimento rematado con un bulevar de girasoles que proyectaba al fondo una iglesia que pareciera estar ahí por lo menos hace dos siglos.
De vuelta a El Espino se dieron cuenta que el tiempo estaba rindiendo, entonces decidieron definitivamente intentar ese día llegar hasta Boavita. Proseguían las grandes dificultades del día, un puerto de 14 y otro de 12 km, pero que en el papel eran pavimentados. Antes de iniciar el tramo de catorce debieron subir 3 kilómetros destapados hasta Guacamayas. El municipio de la famosa cestería en rollo los recibió con sus casas de colores y un altoparlante en la iglesia que retumbaba con el ave maría. Registraron saludo de los nativos, que en este municipio fueron una pareja al parecer de hermanos, que hacían gala de la fisionomía típica norteña, ojo zarco, laser en el pecho y pelo mono con un punto de peli agudo. Antes de arrancar, gaseosita con pan, y luego ahí si pa’ arriba a coronar el alto que llevaba a San Mateo. Al principio se presentaron rampas duras y destapadas, pasado un pequeño descanso a 5 kilómetros de Guacamayas, Supe voltea a mirar a por Checho, y se encuentra con la escolta imponente del Nevado del Cocuy cubriendo casi toda la extensión que le daba su vista, Checho pasa rápido sin darse cuenta del coloso en su retaguardia, Supe le tuvo que gritar para que parara. Se registró por fin el primer avistamiento en la travesía del nevado que no pudieron ver el día anterior aunque le pasaron al lado.

Lo que restaba de la subida no era de gran exigencia, pero los kilómetros acumulados ponían dificultad a los pedalistas. A la 1:23 de la tarde, como si fuera una señal, estaban coronando el alto. De ahí un descenso rápido hasta San Mateo con una pausa por un pinchazo de Muxi provocado por el paso de segmento destapado. En San Mateo almuercito con sopita de arroz, carne y garbanzos y a por el último puerto de 12 kilómetros que dividía a San Mateo de La Perla del Norte.
El cansancio era evidente, pero saber que era la última dificultad de la travesía de tres días daba las fuerzas necesarias para afrontar la cuesta. La pendiente resultó muy pedaleable, salvo por los últimos cuatro kilómetros. No obstante, el viejo truco de los ciclistas de evocar subidas cortas para afrontar tramos finales de grandes puertos aminoró el esfuerzo. El ciclismo es 80% cabeza y 20% pierna, dicen muchos. Ya entradas las cuatro de la tarde, pero con un cielo despejado, la bajada a La Uvita fue un paseíllo de celebración. Entraban a la pradera de la fértil labranza que ese fin de semana celebraba sus fiestas. Supe en particular se mostraba eufórico, ya que La Uvita es el pueblo natal de su madre por lo que el paso por ese terruño era especial. Luego de una merecida cerveza, descendieron cinco kilómetros hasta Boavita, eran menos de la cinco de la tarde, los tiempos fueron más que perfectos para dar por finalizada la travesía planteada para un máximo de cuatro días pero que se lograba en tres con solo una llegada nocturna.
Después del fracaso en la primera etapa, el Norte había sido conquistado. El Reto 123 completaba en su totalidad los municipios de las provincias de Sugamuxi, Norte, Gutierrez y Valderrama.
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