Etapa 5. A por Gutiérrez por el alto del venado (05/08/2018)
- Diego Supelano
- 14 dic 2018
- 3 Min. de lectura
Las campanas de la iglesia de Chita retumban a la seis de la mañana, el pueblo se levanta a misa y los viajeros en cicla se alistan también. A las seis y media salen del hotel entregando las llaves a una casera afanada que ya iba tarde a escuchar la palabra de Dios. Los posibles sitios para desayunar no abren sino hasta las siete de la mañana, así que aprovechan para hacer algunas tomas visuales del municipio con luz natural, pues el día anterior la llegada fue nocturna. A las siete de la mañana suena en un altoparlante el himno de Colombia seguido del himno del departamento, “Adelante! a la cima que guarda, la memoria de tanto inmortal […]” acordes que entran en los oídos de los ciclistas como una inyección anímica solo comparable con el salbutamol de Froome.
El desayuno, “mutico” por supuesto, más dos huevos campesinos. El diminutivo no es un capricho, así fue ofrecido el plato de mute servido con un nivel de cordialidad jamás antes visto. A las siete y treinta de la mañana los pedalistas salen de Chita en busca del alto del venado, 23 kilómetros desde el pueblo con 20 de ascenso, para alcanzar 4.150 msnm. El clima era muy agradable, aunque no lo suficientemente despejado como para apreciar en todo su esplendor las maravillas que ofrecen esas alturas.
Una carretera en buen estado con apenas algunas curvas difíciles resultó un placer de pedalear, el escenario que acompañó por casi cuatro horas a la pareja de viajeros fueron montañas de páramo que parecían inmensas, pero con el paso de los kilómetros se comenzaban a ver pequeñas al ganar altura. A la trepada se sumó por algunos metros una pequeña figura enruanada que salió rápidamente al paso de los ciclistas, por el kilómetro 13 un pequeño de no más de diez años al ver los ciclistas montó su caballito de acero pequeñito, con relación fija y aros de menos de 16 pulgadas, que le alcanzaron para poner rueda los ciclistas unos 200 metros; aunque corto fue un momento inolvidable.

Los últimos 6 kilómetros fueron tal vez los más difíciles, se siente la altura en la respiración y la cadencia tiene que ser conservadora. Así, lentos pero seguros, lograron coronar en algo más de tres horas y media. Una vez en la cima se detuvieron para ver como las nubes iban y venían dejando mirar por escasos minutos un paisaje más amplio. Lamentablemente el nevado del Cocuy no se dejó ver nunca y el lente de Checho se quedó con las ganas de unas buenas tomas del Coloso del norte.
El descenso al Cocuy fue tan largo como el ascenso hasta el venado, pero la entrada al pueblo bien valió la pena: un sendero de casas con buganvilias sobre paredes de adobe y tejas de barro marcaban un túnel que desembocaba en una población con casas uniformes pintadas de blanco y verde claro que engalanan la capital de la provincia de Gutiérrez. Un almuerzo corriente en una pollería al medio día les dio las fuerzas suficientes para encarar el ascenso de 10 kilómetros hasta Güican de la Sierra, un trayecto entre pavimento y rampas destapadas, dónde una pequeña lluvia pasajera refrescó a los pedalistas, que hasta el momento solo habían tenido sol, el calor se tomó la mayoría del trayecto. Antes de las 4 de la tarde estaban en Güican, contemplando el templo a la virgen morenita y los frailejones blancos en los jardines del parque. Dos cervezas merecidas fueron escurridas por las gargantas de los sedientos ciclistas, que sabían que por ese día no quedaba más que descender.
Así después de desocupar los envases se dispusieron en bajada unos 12 kilómetros hasta Panqueba. Felices se instalaron en un hotel a una cuadra de la plaza, muy hospitalario, por cierto. Un duchazo rápido para luego, claro está, celebrar con algunos jugos de cebada haber llegado de día y sin ninguna vicisitud. De cenar solo encontraron empanadas de las cuales devoraron una docena. Después del banquete de amasijos, una cervecita más y a dormir.
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