Etapa 18 - Boyacicleta in the wild west (14/04/2019)
- Diego Supelano
- 17 may 2019
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 10 jun 2019
La tercera etapa enseñaría una valiosa lección de diseño de trazado a los retadores: no confiar del todo en Google maps. El día comenzaba con un puerto de 13 kilómetros, la etapa sería en su totalidad de vía destapada. Salieron a las 6:30 am de la ciudad de Muzo luego de adelantar alimento con enlatados ofrecidos por el mini bar de las habitaciones del hotel. Justo a la salida encontraron una manguera a presión que siempre estaba arrojando agua y descansaba entre una rejilla, la cual fue aprovechada para limpiar las bicicletas del jornal padecido el día anterior.

Luego de unos tres kilómetros de travesía descendieron cinco más para encontrar pie de puerto cruzando un río, típico comienzo de puerto en el Reto 123. El ascenso, aunque no fue duro en inclinación si lo fue en calor, pero la dificultad fue psicológica, ya que les otorgó dos kilómetros más de los previstos, lo cual indicaba, también por otros indicios del pasado, que en la vías no tan transitadas y de muchas curvas el trazado de los sistemas de georeferenciación cortan las curvas, lo cual hace que se disminuyan metros en la medición que arrojan. Sobre las 9:30 am estuvieron en la ciudad de Quípama, hora estimada por un vecino de Muzo al cual no le creyeron por creerlo excesivo. Quípama a pesar de estar alejada, entre montañas y sin vías de calidad de acceso, es una población cómoda y con buen movimiento de gente y comercio. Allí los retadores tomaron desayuno y se abastecieron para lo que pensaban sería un paso largo que los llevaría a La Victoria y luego a Otanche según lo previsto en la ruta diseñada.

Para los entendidos no había paso entre La Victoria y Otanche, debían luego de marcar La Victoria volver a Quípama y de ahí si rumbo norte hacía Otanche. Los retadores pensaron que la gente en La Victoria sería quien tendría la última palabra. Luego de unos 12 duros kilómetros de repechos con final en puerto de tres kilómetros de mucho calor arribaron al extremo occidente por la vertiente de abajo. Los retadores ante la idea de volver a Quípama, y observando que Google marcaba la misma distancia y tiempo en carro entre La Victoria – Otanche y Quípama – Otanche, confiaron en la primera y única persona en La Victoria a quien le preguntaron por una vía hacía Otanche sin volver a Quípama: la respuesta fue que sí, que el la conocía, era pasando por Guadalito.

Los retadores pensaron que si había un paso sin duda era el que marcaba Google, y no se les ocurrió preguntar cuanto se demoraba por esa ruta la llegada a Otanche. Así pues arrancaron hacia las doce del medio día con la esperanza de finalizar en Pauna, sin imaginar lo descachados que estaban con esa estimación. Siguieron su camino preguntando en los desvíos por Guadalito, pensando que iban rumbo norte, cuando en realidad cada vez iban más hacía occidente, hasta el punto de salirse de Boyacá y meterse a Cundinamarca. No sospechaban el error, en gran medida porque la altimetría más o menos coincidía con la que habían trazado. La vía se hacía dura por el calor, combinada con chubascos e incluso con una pinchada en la mitad del trayecto, pero siempre tenían la esperanza de llegar a Otanche.
El segmento a recorrer era de unos 30 kilómetros, que al final mostraba bajada, pero se iban cumpliendo y seguían subiendo, así que comenzaron las dudas, sumado a que la gente a quien preguntaban por Otanche variaban el cálculo de llegada de entre 3 a 10 horas, dependiendo las polas que llevaran en la cabeza. Faltando unos 8 kilómetros para completar lo estimado en distancia se encontraron con un derrumbe, una muralla de tierra imposible de frentear y en la que ya trabajaba una motoniveladora acompañada de un grupo de animadores y una canasta de cerveza. La mole de tierra había que rodearla, por casi media hora buscaron un sendero que les indicaban los paisanos pero nunca lo encontraron. Finalmente optaron rodear por instinto y finalmente lograron después de una hora salir al otro lado.

Nuevamente les confirmaban que Otanche estaba a varias horas todavía, pero el caserío Guadalito se encontraba ya a la vuelta de la esquina. Un par de kilómetros adelante se encontraron un cruce en placa huella y a un señor sobrio y que parecía conocer bien la zona, el vecino estimó en cinco horas la llegada a Otanche, lo que era imposible ese día, pero Guadalito estaba a tan solo un kilometro bajando por vía cementada. Sin pensarlo preguntaron al señor si habría posada en Guadalito, a lo que contestó afirmativamente con vehemencia. Siendo casi las cinco de la tarde y sumado al cansancio del día no había nada más que pensar, a pernoctar en Guadalito y al siguiente día que Dios repartiera suerte.
Ya en la placita del caserío preguntaron nuevamente por hospedaje. Les indicaron que buscaran a Doris al final de la única calle que había, donde efectivamente encontraron la posada. Los convidaron a tomar una gaseosa en la tienda del lado y descansar mientras alistaban la habitación. En esa situación ni se pregunta precio ni cómo es la habitación, simplemente a esperar la sorpresa. Una vez refrescados con gaseosa fría y alimentados con una papas fritas, los instalaron en una habitación confortable de tres camas, paredes de madera y techo de teja de zinc, toda una suite para el sitio donde se encontraban, les ofrecieron la ducha para un merecido baño y les mandaron preparar cena en la casa de otra vecina.

El día terminó durmiendo muy temprano y con la incertidumbre de la vía que al siguiente día los llevaría hasta Otanche, sumado a un aguacero que con la teja de zinc calaba en la cabeza, sobre todo con los cambios de ritmo y con unos gallos justo al lado de la habitación que hicieron las delicias con sus cantos desde muy temprano. Como adelanto de la siguiente etapa, al otro día muy a las cinco de la mañana se estaban alistando los retadores. Doña Margoth, que finalmente fue la anfitriona desde que los instalaron el día anterior, les ofreció un tinto campesino, luego de tomarlo cancelaron la dormida por la cual les cobraron 5 mil pesos por cabeza, claramente ante tan buena atención la propina fue muy generosa. ¡Gracias Doña Margoth, mil gracias!!!
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