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Etapa 10. Campohermoso el inhóspito (20/08/2018)

  • Foto del escritor: Diego Supelano
    Diego Supelano
  • 14 dic 2018
  • 4 Min. de lectura

La entrada a Macanal estaba marcada por un puerto de 3 kilómetros que comienzan al desviar desde la vía principal. Los retadores optaron por descender de madrugada hasta dicho desvío para iniciar el cuarto día de pedaleo de ese fin de semana. La subida se hizo en menos de media hora entre destapado y pavimento viejo para así registrar oficialmente a Macanal sobre las 6:30 de la mañana. Tomaron el desayuno en el mismo hotel en el que se quedaron, y pasadas las siete de la mañana comenzaron la travesía de 53 kilómetros de vía destapada hasta Campohermoso.


El trayecto entre las dos poblaciones ofrecía tres dificultades de montaña, de 12, 7 y 6 kilómetros respectivamente. El primero de ellos fue ameno de pedalear, aunque en la noche llovió la mañana estuvo despejada, se coronó en un tiempo aceptable sin mayores inconvenientes, más allá del barro que afecto las ya de por sí ya apaleadas bicicletas. Una vez coronado ese puerto vino un descenso de 14 kilómetros que comenzaba en placa huella. Las ciclas con el amortiguador ya gastado, las pastillas de los frenos de discos en sus últimas por la lluvia del fin de semana, hicieron que las distancias de para abajo fueran también un reto más que un descanso.



En la mitad de la bajada pasaron el caserío de San Pedro de Muceno, luego vino el ascenso de 7 kilómetros, el cual antes de su primer kilómetro presentó un derrumbe significativo que puso a prueba el carro acompañante. Se hizo el cálculo y se logró pasar trepando la mitad del vehículo por el barro que se inclinaba entre montaña y carretera. Pasada la dificultad se continuó con el ascenso que más o menos por los dos tercios encontró al caserío de El Cedro, casi parecía la plaza de alguno de los pueblos más pequeños de Boyacá. Lo interesante fue el remate de la cuadra que marcaba la salida de la plaza: aunque contaba con afirmado en cemento, la inclinación fue sin duda la mayor encontrada en lo que va de la travesía: si lo máximo pedaleable es 25%, tenía eso, si el máximo es más, pues tenía más.


Finalizada la segunda dificultad, descenso corto y luego la última subida hasta Campohermoso de seis kilómetros. No obstante las bicicletas no daban más de barro y se hizo necesario parar a limpiar y lubricar el tren de tracción. Se terminó esta subida pasando por un puñado de cascadas sobre el camino, tramos que afortunadamente afirmaron con planchones de cemento para evitar caídas de la bancada; luego vino un descenso de 5 kilómetros para encontrar la ya típica llegada a los municipios de Boyacá, paso por un puente y pa’ arriba tres kilómetros hasta el caso urbano de Campohermoso.



Marcaban las 12 del medio día y unos minutos más cuando arribaron a un pueblito tranquilo, el cual según daban testimonio los locales fue azotado por la violencia en una época. En palabras de una anciana nativa “los que no nos fuimos fue porque no teníamos pa’l bus”. Llevaban todo el día sin servicio de electricidad y algunas plantas a gasolina sonaban en la plaza. La misma señora agradeció la visita y les preguntó por el estado de las vías ya que según contó llevaban ocho días sin que llegara bus.


Paéz, el destino final del día estaba a 11 kilómetros de travesía con tendencia a la baja y un puerto final de 7 kilómetros hasta el casco urbano. Los retadores se despidieron de Campohermoso, agradecieron la charla con los nativos y se dispusieron a continuar bajo el calor abrazador del medio día rumbo al segundo municipio de la provincia de Lengupá que visitarían en esa ocasión. El tramo de “bajada” fue lento por los tramos de barro profundo, incluso Checho cayó en uno de estos donde el charco no deja ver la profundidad del canal formado por huellas de carro y si no se entra con la rotación adecuada el resultado es quedar engranado y pa’l suelo.


Pasada la una de la tarde y con el sol a todo timbal, cosa que no incomodaba a los ciclistas recordando los días pasados de lluvia, cruzaron el típico puente sobre río que marca pie de puerto y pa’ arriba siete kilómetros hasta Páez. Faltando tres ya se dejó ver la iglesia central, el remate dentro del casco urbano hasta la plaza fueron vías paradas de dos dígitos de inclinación. Allí terminaba la travesía del fin de semana. El cansancio aplazó el registro oficial de Páez mientras regulaban temperatura con una merecida pola, a lo que además se sumó un aguacero furtivo que obligó al reporte del municipio bajo el agua y con una pueblo algo desolado.



Ese fin de semana fueron cuatro días de lluvia y barro principalmente. Esto más el desconocimiento de las vías, dejó un registro del 75% de lo planeado para cuatro días de pedaleo entre viernes y lunes, Lengupá no se dejó conquistar en su totalidad. Lo bueno, los retadores deberán volver sobre esas tierras bravas para afrontar sus pendientes.

 
 
 

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