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Etapa 1 - El norte no se dejó conquistar y puso a los ciclistas en su sitio (29/06/2018)

  • Foto del escritor: Diego Supelano
    Diego Supelano
  • 6 dic 2018
  • 5 Min. de lectura

Actualizado: 14 dic 2018

Seis de la mañana en Duitama. Los dos jinetes dispusieron sus corceles de aluminio Tunda y Muxi cargados con sus alforjas, emocionados por la primera etapa de un trazado pensado durante cerca de 3 años. Sonó el himno de Boyacá, “de occidente a la pampa solar”, esa sería la ruta por seguir. Desde Duitama partiría la gesta que pretendía en cuatro días llegar hasta al extremo Norte en el municipio de Güicán, y en la cuarta jornada volver en una sola etapa épica de nuevo a la capital del Tundama.


El comienzo del recorrido se tornó agradable, terreno conocido por los pedalistas que avanzaban lentos pero seguros, bajaron bandera e iniciaron el registro en la noble y culta villa republicana: Santa Rosa de Viterbo. El recorrido continuó con alegría y presagios de buen clima hasta llegar a Tutazá, primer pueblo que exigía un desvío y que además representaba un puerto de cerca de 5 km. Se probaron las ciclas en subida y en efecto el ritmo fue lento comparado con una salida de ciclismo rutinaria. Adicionalmente, los cambios de gama básica comenzaban a protestar, mostrando que eran más para pasear que para afrontar cumbres, así que los jinetes tuvieron que ajustar el manejo a los caprichos mecánicos de una pacha 11-36 de solo 8 piñones.


Luego de Tutazá la siguiente parada sería Paz de Río. Allí terminaba el pavimento y se acercaba el medio día mostrando que el tiempo del itinerario se alargaría más de lo previsto. El trazado de los sativas representó el paso por dos puertos de carretera destapada, cada uno de 15 km, fue una corona con un par de puntas agotadoras. El retraso comenzó a volverse crítico, en el segundo de estos puertos fue preciso ayudarse en algunos tramos agarrando carros que pasaban lento, aunque más rápido que los ciclistas.


Pasados los puertos se llegaba a la carretera principal que lleva al Norte, concretamente al sector de árbol solo, de allí hasta Susacón fue descenso de buen pavimento donde los pedalistas pudieron tomar el almuerzo ya pasadas las tres de la tarde. Desde Susacón casi todo en descenso se pasó de largo por Soatá, pensando en hacer el registro oficial de vuelta, ya que se esperaba llegar hasta Covarachía en esa primera etapa y luego volver a Soata a pernoctar, craso error de planeación que se pagaría más adelante.


El paso por Soatá registró las 4:30 de la tarde, de ahí hasta Covarachía marcaba 30 km de subida tendida con algunas bajadas, lo que representaba un regreso rápido de bajada, tal vez en tres horas se podría hacer ese trayecto de ida y vuelta, estimaban el par de ingenuos. Hasta Tipacoque, con vía pavimentada en perfecto estado, resultó ser como lo habían percibido en la altimetría, pero los 20 km restantes resultaron ser 3 picos cada uno de 4 km destapados, que incluían tramos de placa huella, una verdadera tortura después de 10 horas sobre la cicla.


El final de la etapa fue dramático, más por la presión psicológica que por el mismo cansancio físico. Eran la 7:40 de la noche, en un camino solitario y oscuro, que permitía que las pequeñas linternas parecieran potentes luminarias, se estaban acabando los kilómetros presupuestados y Covarachía no aparecía, tampoco parecía existir un casco urbano cerca, y si existía debía ser pequeño y seguramente sin posibilidades de alojamiento para pasar la noche, ni comida en caso de optar por descansar un poco y dar la vuelta para llegar a Soatá hacia la media noche.


En ese punto se comenzaron a ver luces tras una curva, los ciclistas aceleraron un poco para encontrar un virgen cuidada por dos faros altos, que en lugar de mostrarse como un bálsamo se presentó como una dificultad, pues allí donde se posaba la estatua de la madre del nazareno el camino se bifurcaba en dos: izquierda en subida, derecha en bajada. En las condiciones de agotamiento de ese momento un error de desvió era fatal, además pensando lo cerca que podría estar el casco urbano de Covarachía. Unos 300 metros antes de llegar al cruce de la virgen había una casa oscura. Uno de los ciclistas regresó, comenzó a llamar a la puerta y solo una anciana acudió al auxilio. Por desgracia no era muy elocuente y fue muy difícil entenderle cuál era el camino a seguir para llegar a Covarachía; se limitaba a levantar el brazo y decir “es pa’allá, pa’allá” sin una dirección clara. Finalmente la decisión según la intuición fue tomar hacía la derecha, la que era bajando.


Los cansados viajeros comenzaron a descender lentamente, con miedo de equivocarse porque la corrección para regresar era trepar de nuevo. Al fondo se veía lo que parecía ser Capitanejo, la imagen era el cañón del Chicamocha iluminado por una luna completamente naranja. Sintieron que algo iba mal, bajaron unos 3 kilómetros cuando encontraron de frente un carro que subía, desesperadamente lo pararon para indagar por Covarachía y el conductor les indicó que se habían pasado, en la virgen había que girar a la izquierda y recorrer apenas un kilómetro casi plano para llegar al casco urbano.


El carro era un Nissan Patrol setentero blanco, clásico en el sector rural boyacense. Los viajeros le pidieron el favor de subirlos hasta el cruce de la virgen, argumentando que venían de Duitama y estaban muy cansados. El conductor accedió a arrastrarlos agarrados de las ventanas, uno de cada lado; la buena noticia es que el “Nissan Patrol’s Man” les confirmaba que había dos hoteles en Covarachía, la idea de volver a Soata quedaba entonces descartada. Avanzaron despacio, pero la oscuridad y el cansancio ocasionó que Checho, colgado al lado derecho agarrara una piedra grande de frente, el sonido de una rueda pinchada los detuvo. La imagen que encontraron fue una llanta totalmente torcida, típica en los ciclistas que han sido atropellados por un carro. La opción era entonces seguir caminando, pero el conductor ya sintiendo confianza les dijo que podían subir la cicla al techo del carro. Allí también se fue Checho el par de kilómetros que quedaban para terminar la larga jornada, Supelano siguió agarrado de un lado del Nissan Patrol hasta el cruce de la virgen, allí pedaleó, incluso yendo más rápido que el carro, el único kilómetro que faltaba, que no era subiendo como lo habían pensado, sino plano, hasta la plaza central de Covarachía. Gracias, señora anciana del cruce de la virgen.



Este agradecimiento puede ser en serio y no ironía. El error de planeación de esa primera etapa parecía haberse cometido en las 3 restantes, sumándole además el retraso que ya se tenía. Si la rueda no se hubiese dañado y hubieran seguido avanzando, difícilmente hubiesen terminado las etapas según lo presupuestado, sobre todo por el cansancio acumulado.



El final de la primera etapa al norte fue pernoctando en una casa familiar adecuada como hotel, para abordar el primero de los 3 buses que salen de Covarachía hacía Soatá cada día, luego de allí para Duitama en un carro que recogió jinetes y caballitos de aluminio, Tunda regresaba cojo.

 
 
 

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